
El Marxismo en Chile: De la victoria de 1970 a la Infiltración Actual
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En las páginas de la historia chilena, el marxismo ha dejado una huella indeleble, marcada por un quiebre institucional por el desorden en las calles, la demagogia de los políticos de la época y la irresponsabilidad de no atender los peligros del marxismo a tiempo. Su triunfo electoral en 1970, bajo la figura del socialista Salvador Allende, representa un hito que hoy resuena con ecos inquietantes en nuestra realidad actual. Aquel episodio no fue solo una elección; fue el ascenso de una ideología que prometía reivindicar a los pobres a través de la revolución y la violencia, pero que terminó en un pronunciamiento militar y décadas de polarización. Hoy, enfrentamos una situación similar, pero con un agravante: el marxismo y sus derivados izquierdistas, han permeado instituciones clave con un poder mucho mayor, infiltrándose en el Poder Judicial, la Subsecretaría de las Fuerzas Armadas, el aparato público y hasta la Iglesia. Han extendido sus tentáculos por todas partes, y aunque tengamos una idea de la dimensión de ello, es importante recordarlo para alertar sobre esta amenaza sutil, silenciosa, pero persistente y agresiva en el cambio de mentalidad que produce en la sociedad.
Retrocedamos a 1970 para entender el paralelismo. Las elecciones presidenciales del 4 de septiembre de ese año fueron un campo de batalla ideológico en plena Guerra Fría. Salvador Allende, candidato de la Unidad Popular —una coalición que incluía socialistas, comunistas y radicales con fuerte influencia marxista— ganó con el 36,3% de los votos, equivalentes a 1.075.616 sufragios. No alcanzó la mayoría absoluta, pero el Congreso lo ratificó el 24 de octubre, convirtiéndolo en el primer marxista elegido democráticamente en el mundo. Sus contrincantes eran Jorge Alessandri, ex presidente conservador del Partido Nacional, quien obtuvo el 34,9% (1.036.278 votos), representando al sector derechista y empresarial que temía la expropiación y el estatismo. El tercero en discordia fue Radomiro Tomic, del Partido Demócrata Cristiano, con el 27,8% (824.849 votos), quien abogaba por reformas sociales moderadas pero criticaba el extremismo de Allende. La campaña fue tensa: Allende prometía «la vía chilena al socialismo», con nacionalizaciones y redistribución, mientras Alessandri advertía sobre el comunismo y Tomic buscaba un centro progresista. El triunfo de Allende desató la euforia en la izquierda, pero también miedos fundados por lo que se veía en el totalismo opresor de la Unión Sovietica sobre los países que estaban bajo su yugo: en tres años, el gobierno de Allende enfrentó hiperinflación, escasez y polarización, culminando en el pronunciamiento militar de 1973 liderado por Augusto Pinochet que truncó las aspiraciones comunistas, al menos por ese momento.
Hoy, en 2025, Chile se encuentra ante un escenario reminiscente de aquel 1970, pero con la izquierda en una posición fortalecida; aunque la candidata Jara parezca débil y sin tanto apoyo público de figuras de la izquierda, sabemos que al final de todas maneras estarán alineados “contra la derecha” como suelen decir.
Bajo gobiernos como el de Gabriel Boric, heredero ideológico de aquellas corrientes, el marxismo ha mutado en un progresismo que se disfraza de inclusión, pero que consolida poder en esferas críticas. En el Poder Judicial, jueces afines a la izquierda, como la Fiscal Chong durante la insurrección de 2019, el escándalo del ministro de la Corte de Apelaciones de Santiago, Antonio Ulloa que influyó en el nombramiento de jueces (hecho que salio a la luz en 2024), o el caso del juez Daniel Urrutia, declarado simpatizante del octubrismo y de tuits de Evo Morales no esconde su marxismo, y que habría autorizado videollamadas para reos del Tren de Aragua (y que ha quedado impune), han influido en fallos que protegen agendas ideológicas, como en temas de derechos humanos o medioambientales, a menudo sesgados contra el sector privado. La Subsecretaría de las Fuerzas Armadas, dependiente del Ministerio de Defensa, ha visto decenas de militantes comunistas contratados a dedo, erosionando la autonomía militar y la seguridad nacional, heredada de la transición democrática. En el aparato público, miles de funcionarios —desde ministerios hasta municipalidades— responden a redes izquierdistas, implementando políticas que expanden el Estado a costa de la libertad individual. Incluso la Iglesia Católica, conservadora guardiana del tradicionalismo, ha sido permeada por sacerdotes progresistas y de la nefasta Teología de la Liberación, que alinean sermones con narrativas sociales marxistas, diluyendo su rol espiritual en favor del activismo político. Se han metido por todas partes: universidades, medios, ONGs y sindicatos, moldeando la opinión pública con sutileza.
Un acápite especial merece su relación con la violencia. Muchos creen que la época del aparato militar marxista ha pasado, que grupos como el MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria) de los 70 —responsables de asesinatos y atentados — son reliquias obsoletas. Se argumenta que, con el poder electoral, ya no lo necesitan. Pero, ¿seguirá activo? La evidencia así lo demuestra. En regiones como La Araucanía, facciones radicales mapuches formadas en el marxismo mantienen entrenamientos y acciones violentas, financiadas por redes internacionales. La información disponible indica que ex guerrilleros de los 80 y 90 continúan capacitando a jóvenes en tácticas subversivas, disfrazadas de «defensa territorial». La izquierda no ha renunciado a la violencia; la reserva como plan B, mientras avanza por vías institucionales. El mal llamado “estallido social” de 2019 mostró destellos de esto: estrategia de despliegue en campo, saqueos coordinados y destrucción que recordaban las tácticas de los 70.
En síntesis, debemos defender la democracia, y se hace con pasos bien concretos. Primero, fórmese una opinión basada en información a fondo, no en titulares sensacionalistas de redes sociales. Investigue la historia real del socialismo: su fracaso en Venezuela, Cuba y el Chile de Allende que dejó pueblos con hambre. Si usted no tiene tiempo para esto, no lo culpo, pero tampoco lo libero de la responsabilidad, alguien más tendrá ese tiempo de responder cuando su hijo le pregunte sobre las «bondades» del socialismo y lo romántico que parecer; un campo de batalla se da en el colegio influenciado por currículos ideologizados pero la ruptura se da en el seno de la casa. Sea práctico: aborde el problema en su etapa inicial, conversando en familia, participando en debates locales o apoyando candidatos moderados en las elecciones de noviembre. Los costos serán menores ahora; esperar podría llevar a que sea irreversible. Ya no se expropian departamentos o terrenos como en 1970; hoy se expropian las mentes de la gente joven a través de educación sesgada y propaganda cultural.
Por último, mi sugerencia es que se active ya, después, podría ser demasiado tarde cuando la libertad que damos por sentada ya esté evaporada, y tengamos en frente un lamentable proceso de autoritarismo, que todos ansiaríamos haber evitado.