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Políticas públicas en infancia: necesarias pero no suficiente

Políticas públicas en infancia: necesarias pero no suficiente

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En los próximos meses nuestro país elegirá presidente y, con ello, un programa de gobierno que marcará el rumbo moral y práctico del país. Si sostenemos que la infancia debe ser el eje, no basta con aumentar partidas ni crear nuevas agencias. Todo eso es necesario, sí, pero no suficiente. La pregunta de fondo es cultural: ¿qué tipo de comunidad, esto es, familia, colegio, iglesia, barrio, queremos que reciba a nuestros niños?

En La Política de la Prudencia, el agudo intelectual conservador estadounidense Russell Kirk recordaba que la política prudente se guía por principios permanentes y por la experiencia, no por ingenierías sociales de temporada. Esa prudencia exige reconocer que las políticas públicas son instrumentos, no sustitutos de los vínculos primarios. El Estado debe servir y fortalecer a la familia, a la escuela y a las comunidades religiosas, porque allí se aprenden las virtudes que ningún decreto puede imponer.

En estos tiempos tan empañados y afectados por un progresismo decadente pero activo a la a vez, tenemos la necesidad imperiosa de traducir el amor al hogar y a lo propio, lo que Roger Scrutton llamaba oikofilia, en políticas que devuelvan a los padres el protagonismo educativo, poniendo como fundamento la pertenencia que ordena deseos y responsabilidades, con fines y principios bien definidos, que respeten la libertad de enseñanza, que valoren la vida desde la concepción, que comprendan la disciplina como un acto de amor orientado al bien común, y que protejan el tiempo de presencia real de los padres con sus hijos. Sin hogar, sin rituales compartidos y sin verdad enseñada con afecto y ejemplo, ninguna política puede reemplazar lo que forma parte integral del carácter del educando.

István Bibó en su texto La miseria de los pequeños Estados de Europa del Este advirtió que las naciones pequeñas caen en “histerias políticas” cuando los problemas triviales o fácticos se vuelven insuperables si están conectados al trauma, queriendo resolver sin mayor deliberación movidos por el miedo. Así entonces se desarrolla una situación falsa donde la comunidad no enfrenta las crisis de su estrategia política y sistémica, algo no muy complicado en caer, empujado por los tiempos de un gobierno socio-comunista que ha traído desestabilización en múltiples áreas.

Quisiera dejar clara la necesidad de medir resultados y establecer los KPIs (indicadores clave de rendimiento) y herramientas notables de la gestión, pero atención con no reducir la infancia a indicadores. Prudencia y virtud deben acompañar a la gestión, o el Estado corre el riesgo de ser eficaz en lo equivocado; recordando las palabras del escritor inglés Michael Oakeshott, donde nos previene en contra de un excesivo racionalismo que confía demasiado en planos abstractos y muy poco en prácticas vivas.

Desde una mirada hacia la preservación de los valores cristianos y tradicionales chilenos, un programa serio puede comprometer líneas claras en la protección integral de la vida y de la familia, con incentivos reales a la maternidad y paternidad responsables, con redes de apoyo comunitario efectivas; libertad de enseñanza y apoyo preferente a proyectos educativos con identidad nacional, junto con evaluación exigente y autonomía docente; seguridad de barrios y combate al narcotráfico como prioridad de justicia para los niños; en tiempos de cultura digital, la protección de los ambientes infantiles frente a adicciones, peligros de todo tipo y violencia en internet, con corresponsabilidad de Estado, industria y hogares; por último, una política social basada en subsidiariedad, que financie resultados y fortalezca instituciones intermedias —municipios, fundaciones, parroquias, juntas de vecinos— donde se incuban hábitos de virtud.

Me gustaría cerrar esta columna reflexionando sobre las palabras de C. S. Lewis cuando dice en La abolicion del Hombre: “si extirpamos del alma las virtudes y luego esperamos civismo, pedimos “pechos sin corazón”. Chile no puede exigir a sus niños lo que niega en sus leyes, colegios y pantallas. Las políticas públicas en infancia son imprescindibles; pero sin una renovación moral y comunitaria que devuelva a cada niño un hogar, un profesor y una patria significativos, seguiremos administrando carencias. Que el próximo gobierno pueda recoger el mandato de gobernar como la custodia de la herencia de nuestro país para que la infancia pueda florecer.

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