
La Universidad como trinchera marxista
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Chile vive una paradoja alarmante: financiamos con nuestros impuestos instituciones que, lejos de formar profesionales que realicen el ejercicio de razonar, se han transformado en verdaderos cuarteles ideológicos. Las universidades públicas (y también muchas privadas asustadas por quedar afuera de la oferta), que deberían ser centros de excelencia, pluralismo y pensamiento libre, hoy operan como fábricas de militancia marxista, o más conocido como corrección ideológica. Como ya lo denunciaba el escritor inglés Douglas Murray en su éxitos libro La Masa Enfurecida publicado en septiembre de 2019. Lo más preocupante es que esta captura no se hizo con violencia ni tanques, sino con formularios, concursos dirigidos y burocracia silenciosa.
Lo que ocurre en nuestras casas de estudio no es un fenómeno aislado ni accidental. Es parte de un proceso planificado de infiltración ideológica que comenzó hace décadas, referentes en latinoamérica como en la UBA de Argentina tenemos a Ernesto Laclau por ejemplo, y que ha ido ganando terreno en la academia mientras la sociedad estaba ocupada mirando elecciones, inflación o farándula. Hoy, los estudiantes que ingresan a la universidad ya vienen debilitados desde la educación básica: entrenados para repetir, no para cuestionar. Son terreno fértil para una narrativa única, cerrada y totalizante.
En vez de enseñarles a pensar, se les enseña a obedecer la doctrina progresista. No se les presentan ideas diversas para confrontarlas, sino una sola visión del mundo, maquillada bajo consignas atractivas como «justicia social», «derechos humanos» o «igualdad de género». Detrás de esas etiquetas nobles se esconde un dogma marxista que ya no admite discusión, solo adhesión. La universidad, en este estado, no educa: adiestra.
Los profesores que piensan distinto son marginados. Las investigaciones que no se alinean con la narrativa dominante no reciben financiamiento. Y los estudiantes que se atreven a levantar la voz son etiquetados como reaccionarios, fascistas o simplemente silenciados. La diversidad de pensamiento ha sido reemplazada por un simulacro de debate al más puro estilo de Guy Laroche y su situacionismo sesentero provocativo, donde todos ya conocen de antemano el resultado.
Esta situación tiene consecuencias graves. Egresan periodistas que confunden opinión con hechos, ingenieros sin competencias técnicas, profesores que adoctrinan en vez de enseñar. No se está formando capital humano para el desarrollo del país, sino soldados intelectuales de una causa que desprecia a Chile, su historia y su gente.
Frente a esto, no podemos quedarnos callados. Como ciudadanos, padres y profesionales, debemos exigir que las universidades vuelvan a ser espacios de pensamiento libre. Debemos velar por una contratación abierta en su procedimiento y proceso de selección, mirando bien qué se enseña y con qué fines. Debemos exigir que la excelencia académica vuelva a ser el criterio central, no la militancia ideológica.
Chile no puede permitirse perder otra generación en este experimento fallido. El marxismo, en todas sus versiones, ha demostrado ser una ideología destructiva y como proyecto político fracasado. No podemos permitir que siga envenenando las aulas y moldeando las mentes jóvenes bajo la falsa promesa de un mundo mejor que jamás llega. Es hora de despertar, de actuar y de recuperar nuestras universidades. No con censura, sino con pluralismo; no con odio, sino con verdad; no con indiferencia, sino con coraje.