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En defensa de los valores cristianos

En defensa de los valores cristianos

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En un mundo cada vez más convulso, donde ideologías destructivas amenazan los pilares de nuestra sociedad, es imperativo alzar la voz en defensa de los valores tradicionales cristianos que han forjado la identidad de nuestras naciones. Como ciudadanos libres y soberanos, nos posicionamos firmemente en contra del marxismo, esa doctrina que, bajo el disfraz de igualdad y justicia social, socava las estructuras fundamentales de la familia y la infancia. El nihilismo que niega la existencia de un sentido, propósito o valor inherente a la vida, campante en nuestros días nos recuerda la urgencia de esta batalla, destacando cómo las influencias ideológicas modernas erosionan el núcleo familiar, ese santuario donde se cultivan las virtudes cristianas de amor, responsabilidad y fe.

El marxismo, con su materialismo dialéctico y su obsesión por la lucha de clases, representa una amenaza directa a la familia tradicional. Karl Marx y Friedrich Engels, en su Manifiesto Comunista, declaraban abiertamente su intención de abolir la familia burguesa, viéndola como un instrumento de opresión. Hoy, esta ideología se infiltra en políticas educativas, culturales y sociales que promueven la disolución de los roles naturales de padre y madre, la sexualización prematura de los niños y la priorización del estado sobre los padres en la crianza. En América Latina, hemos visto cómo regímenes inspirados en el marxismo cultural han impulsado agendas que atacan la vida desde la concepción, fomentan el aborto como un «derecho» y redefinen el matrimonio, ignorando la enseñanza bíblica de que la familia es una institución divina, reflejo de la Trinidad: unidad en diversidad, amor incondicional y procreación como bendición.

Prueba de ello podemos encontrar en Herbert Marcuse, uno de los referentes de la escuela de Frankfurt, su obra publicada en 1955 Eros y Civilización, presenta a la familia como represora del instinto libidinal, integrándola en su crítica a la sociedad unidimensional capitalista. Proponía combatirla mediante un «nuevo orden libidinal» que liberara el deseo reprimido, impulsando la transgresión y el hedonismo para romper con valores burgueses tradicionales; en esa misma linea, Gilles Deleuze con Félix Guattari en el Anti-Edipo (1972), post movimiento de Mayo ‘68 francés, veían la familia como una estructura edípica que reproduce el capitalismo al canalizar deseos en formas represivas. Proponían combatirla con «máquinas deseantes» que liberen flujos de deseo más allá de la familia nuclear, fomentando experimentaciones colectivas y anti-jerárquicas.

Estas formas retorcidas de ver la familia son las que han ido ganando terreno con los años, y recordamos a estos dementes en cada palabra que pronuncian los progresistas de hoy, con matices patologicos desde luego, pero el discurso es en ese sentido bastante homogeneo.

Contrastar esto con los valores tradicionales cristianos, que elevan la familia como el primer espacio de formación moral y espiritual parece ser el camino. La Sagrada Escritura nos enseñan que los hijos deben honrar a sus padres, y estos, a su vez, educarlos en la disciplina del Señor (Efesios 6:1-4). Valores como la fidelidad conyugal, el respeto a la vida y la caridad fraterna no son reliquias del pasado, sino antídotos contra la desintegración social que el marxismo propicia. En nuestra posición, defendemos una nación soberana donde la fe cristiana impregne la vida pública, protegiendo la infancia de indoctrinaciones que la conviertan en peón de revoluciones ideológicas. La infancia debe ser un tiempo de inocencia, aprendizaje y crecimiento en valores eternos, no de exposición a teorías que niegan la trascendencia del ser humano, reduciéndolo a un mero producto económico.

Este es un llamado urgente a la acción. Como ciudadanos que aman y honran sus raíces, debemos unirnos para defender nuestra herencia cultural y religiosa. Apoyemos leyes y propuesta de gobierno que fortalezcan la familia tradicional, como incentivos fiscales para matrimonios estables y educación basada en principios cristianos. Rechacemos las infiltraciones marxistas en las escuelas, donde se enseña la teoría de género como dogma, ignorando la biología y la fe. En tiempo de elecciones y manifestaciones, votemos por líderes que prioricen la nación sobre ideologías globalistas que enajenan la condición humana. Recordemos las palabras de San Juan Pablo II: «La familia es el camino de la Iglesia y de la nación». Si no actuamos ahora, el marxismo cultural continuará erosionando nuestra sociedad, dejando a generaciones futuras sin nada que defender ni esperanza, inspirados en nuestra fe cristiana, para preservar la familia como baluarte de libertad y prosperidad. Solo así construiremos naciones fuertes, fieles a Dios y a sus mandatos eternos. La defensa no es opcional; es un deber sagrado.




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