
Charlie Kirk, una luz peremne
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Seguimos llorando la partida de un idealista pero que hizo carne sus pensamientos, un hombre joven que amó la vida y que le fue ferozmente arrebatada, Charlie Kirk. Mostró con su ejemplo que defender la familia no es un eslogan, es custodiar el primer lugar donde aprendemos el bien, la verdad y la belleza. Dios no es una idea abstracta sino la fuente del ser que da medida a nuestra libertad. Cuando la familia honra ese orden —fidelidad, responsabilidad, apertura al otro— la sociedad gana un “santuario de sentido” que ninguna política pública puede reemplazar, aunque sí esta última debe acompañar. Por eso defenderla es un deber moral y cívico, implica formar conciencia, asumir compromisos concretos y sostener instituciones intermedias que amortiguan la intemperie de un mundo que amenaza cada día más materialista y hedonista.
La muerte reciente de Charlie Kirk dolió por su juventud y por lo que simbolizaba, un llamado a que los ciudadanos como usted, como yo, a no delegar nuestra cultura a minorías ruidosas y teñidas de resentimiento promovido por el marxismo. Kirk fue asesinado el 10 de septiembre de 2025 durante un acto en Utah en el campus de la universidad, el que debería haber actuado como un bastión de la libertad; su figura será recordada —entre otros gestos— con la Medalla Presidencial de la Libertad anunciada de manera póstuma por el presidente Trump
¿Cuál es el legado, más allá de afinidades partidarias? Primero, la convicción de que la batalla decisiva es cultural y pedagógica: persuadir con argumentación sólida pero a la vez mostrando los resultados, es decir, empírica. Segundo, la apuesta por los jóvenes, si no se les ofrece un marco de sentido —Dios, patria, familia— el vacío se llenará con consumo y nihilismo. Tercero, la valentía de dar la cara y exponerse con valentía, porque vale la pena, en plazas, campus y redes, sabiendo que el disenso es un bien público que no siempre estrá de nuestro lado, pero es el laboratorio de las nuevas ideas y el ingrediente para una sociedad que sabe conversar.
Continuar su trabajo desde nuestra posición de ciudadanos exige un plan sobrio, quizás sin tantas promesas y luces de espectáculo, pero sostenible para la vida cotidiana, empezando por casa—tiempos regulares de conversación, estudio, reflexión y oración; familias fuertes forman ciudadanos fuertes; buscar maneras de voluntariado en mi barrio, tal vez una causa de ayuda, tutorías, apoyo a maternidades vulnerables, defensa jurídica de la libertad religiosa y de conciencia; debemos saber ocupar el metro cuadrado que tenemos al alcance, estos son, centros de padres, juntas de vecinos, gremios, ir al encuentro con la armonización de mi entorno, la cultura se cambia por proximidad; alfabetización mediática en una era de tanta cibermentira, verificar fuentes, evitar el odio reactivo y cultivar un estilo público que una dos elementos: firmeza con cortesía; crear e integrar círculos de lectura y liderazgo juvenil que conecten fe y razón, doctrina y práctica; por último involucrarse, participar de los procesos electorales de manera informada y persistente, entendiendo que las urnas no reemplazan la vida comunitaria diaria.
Defender la familia no es nostalgia ni remitirse a añejas tradiciones obsoletas, es pura innovación moral en tiempos de “edad media”, traducir verdades perennes a soluciones concretas, esforzarnos por la conciliación trabajo-familia, libertad educativa, seguridad de barrios, protección de la infancia offline y online—con cooperación público-privada. Si Dios es el fundamento, la esperanza no es evasión, es tarea. Honrar a los que se han ido significa que cuando nos toque hablar, servimos; cuando toque perder, aprendemos; y cuando toque ganar, construimos bienes compartidos que ayudan a todos.