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Artés y su falsa inocencia

Artés y su falsa inocencia

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El candidato a la presidencia de Chile del Partido Comunista Acción Proletaria, Eduardo Artés, en su tercera aventura presidencial, ha irrumpido en la escena política chilena con una narrativa aparentemente inofensiva y pasada de moda, pero que, bajo un análisis serio que incluya elementos históricos y sociológicos adecuados, revela una peligrosa fachada de inocencia. Su discurso, impregnado de un sovietismo disfrazado de legítima defensa a una justicia social, ha logrado captar la atención de diversos sectores: jóvenes lo ven con cierta admiración, los no tan jóvenes lo ven con una mezcla de simpatía y condescendencia, y los adultos mayores que se apoyan en su experiencia lo consideran un patético espectáculo, pero también con desdén sin darle mucha más vueltas. Sin embargo, detrás de esta imagen de reivindicación por el pueblo se esconde una retórica que coquetea con el totalitarismo al más puro estilo de Stalin y una visión golpista que busca desestabilizar la institucionalidad democrática.

 

El carisma de Artés radica en su habilidad para presentarse como un líder cercano, de aula (es de profesión profesor) y defensor de las causas sociales, un emblema de la izquierda más purista que promete justicia e igualdad. Esta imagen eclipsa a los incautos, impidiéndoles apreciar un pensamiento profundamente arraigado en la tradición del comunismo revolucionario. Su discurso, aunque envuelto en un lenguaje de inclusión, no puede disimular su afinidad con ideologías que históricamente han derivado en regímenes totalitarios.

 

El día 22 de septiembre en Radio Pauta, el candidato de extrema izquierda, refiriéndose a un eventual gobierno de Kast, señaló que «la calle no lo va a dejar gobernar, nosotros no lo vamos a dejar, la izquierda no lo vamos a dejar, sacamos a Pinochet y va a durar nada un gobierno de Kast» reflejan una retórica incendiaria que no solo polariza, sino que también incita a la confrontación directa con cualquier proyecto político opuesto, en este caso, el del candidato y líder del Partido Republicano. Esta declaración no es un simple exabrupto, sino una muestra del ánimo subversivo que subyace en su discurso, y que busca convocar masas, apelando a la acción colectiva como herramienta de coerción política.

La ministra vocera Camila Vallejo, otrora líder estudiantil, aparenta actuar como un dique de contención, intentando moderar las posturas más radicales de Artés exigiendo “un mínimo de respeto a su institucionalidad”, pero su jugada no logra ocultar el trasfondo de un proyecto que, en su esencia, busca perpetuar una lucha de clases con tintes revanchistas, y que tiene tambien entre sus promotores a la misma Camila y gente que integra este gobierno.

El peligro de este pensamiento radica en su capacidad para movilizar a los jóvenes, particularmente a aquellos que se identifican con corrientes anarquistas o marxistas más violentas; por todos es conocido su vocación de adoctrinamiento desarrollada en su vida de activista desde los años 70, cuando comenzó a hacer clases en escuelas de Cerro Navia (comuna de Santiago considerada vulnerable), y fue dirigente de la Coordinadora Metropolitana de Educadores Zona Oeste, todo ello como militante del Partido Comunista Revolucionario. Los sectores de la izquierda violenta ven en Artés una especie de mesías revolucionario, un símbolo de resistencia frente al establishment. Sin embargo, cuando la reacción pública a estas palabras se volvió abrumadora, Artés optó por una retractación que muchos consideran meramente táctica.

Argumentó que sus palabras fueron malinterpretadas por «problemas de comprensión lectora», no solo subestimando la inteligencia de la ciudadanía, sino que también evidencia una falta de responsabilidad y probidad inaceptable, viniendo de una persona que aspira a ser presidente de la República. Este retroceso no es más que un intento de suavizar su imagen, de disimular el trasfondo de sus declaraciones bajo el manto de una supuesta moderación.

Situaciones como esta no han hecho más que agudizar la encrucijada del rumbo de quien representa a toda la izquierda chilena como alternativa próxima al gobierno, el Partido Comunista. Por un lado, en estos casi 4 años han intentado ser “institucionales” llevando sus ideas fracasadas a su rol en el poder ejecutivo, pero por otro lado, la figura de Artés les advierte mantener el aura de pureza revolucionaria, de lucha contra las llamadas “injusticias del sistema”. Este doble discurso, que es parte de las dos almas del partido mas antidemocrático del espectro político, por antonomasia, es particularmente peligroso porque seduce a una generación que, desencantada con las instituciones, la falta de planificación y de proyecto nacional, fundaciones corruptas nacidas del Frente Amplio (socio principal del PC en el gobierno) y que sufren los flagelos del aumento de violencia en las calles, busca respuestas en figuras carismáticas que prometen cambios radicales. Pero la historia ha demostrado que el camino del marxismo-leninismo de que hace apología don Eduardo Artés, desemboca irremediablemente en censura y la supresión de libertades.

La condescendencia de los no tan jóvenes y la desidia de los mayores hacia Artés, no hacen más que agravar el problema. Mientras los primeros lo ven como una figura pintoresca, sumando a la escasa posibilidad de alcanzar el triunfo en la elección y por tanto no poder cumplir sus promesas más radicales, los segundos lo descartan por considerarla una moda pasajera. Ambas posturas subestiman el impacto que un discurso como el suyo puede tener en un país a estas alturas polarizado, donde las heridas del pasado están lejos de sanarse por el avivamiento incesante de la izquierda hacia lo que fue el pronunciamiento y posterior gobierno cívico-militar. La inocencia de Artés no es solo una falacia; es una amenaza latente que, de no ser confrontada con un debate frontal y riguroso por parte de la opinión pública y de los candidatos que valoran la democracia, podría llevar a Chile por un sendero de inestabilidad y conflicto, aun ganando la derecha los comicios en el ejecutivo y legislativo.

En última instancia, el caso de Artés nos obliga a reflexionar sobre la responsabilidad de atender correctamente los movimientos sociales y lo que pasa al interior de ellos, trasluciendo el dramático ausentismo de la derecha en estos sectores, apareciendo más que nada en épocas electorales. El asunto debe ser un trabajo continuo con sectores vulnerables y con necesidades, recogiendo sus demandas y disputándole activamente los espacios a la izquierda y su mensaje de resentimiento, que tanto daño hacen al tejido social, ese que ya está sumamente erosionado por culpa de la permisividad de violencia e inmigracion descontrolada, propiciada por el gobierno socio-comunista de Gabriel Boric. El caso Artés es la punta del iceberg de un grupo importante de la izquierda que prepara su próxima función como oposición, colmada de marchas y posibles disturbios como nos han advertido, y nadie podría asumir que será menos intenso que octubre de 2019. Solo piense en estos elementos: en un importante número de ellos estarán sin trabajo (y sin dinero) en el Estado, con mucho tiempo disponible para intensificar su accionar, y con una cuota nada despreciable de impotencia.

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